Saturday 27 February 2016

SUBDESARROLLO (Rafael Grooscors Caballero)

                                           SUBDESARROLLO
                                    (Rafael Grooscors Caballero)

          La decisión de “activar” el motor de la minería, para dejar de depender del petróleo, dado sus bajos precios en el mercado internacional y pasar al brillo y relumbre del oro y los diamantes, no sólo es un mentís de quienes dicen trabajar para librar a Venezuela del “rentismo” (Maduro y Aristóbulo, dixit), sino una flagrante demostración de cómo es que no podemos dejar de pensar sin tener el subdesarrollo como modelo para guiar nuestras ideas. Modelo, por lo demás, impuesto por una cultura dominante (¿sub-cultura?), la cual nos arrastra, miserablemente, desde la colonia. Somos gente de segunda; dependientes. Somos periféricos. Incapaces de concebirnos como centro del mundo, estamos siempre prestos  a producir ayudas a las grandes corporaciones que controlan el comercio y los mercados mundiales. Materias primas, minerales, para su transformación exógena. Primero, petróleo; ahora, oro, diamantes, grafito, coltán. En lo primero –petróleo--  nunca pensamos en la utilización estratégica del Golfo de Venezuela (Lago de Maracaibo) en función de su ubicación en el Mar Caribe, sección Atlántica y a pocos kilómetros de distancia del Océano Pacífico, vínculos de los demás Continentes del orbe. Nunca pensamos en la transformación de los crudos y en la investigación e innovación en los procesos para lograrlo, con la vista puesta en la inmensidad de productos petroquímicos derivados y en sus incuantificables variables para un mundo en constante renovación. En lo segundo –el oro, los diamantes, los metales raros—probablemente nos quedaremos en la fascinación de los aventureros del descubrimiento, enceguecidos por la leyenda de “El Dorado”.   
          Nada de extraño tiene que, a pesar de que somos una de las más grandes reservas de agua del mundo, tengamos una economía primaria sometida a las rigideces de un medio ambiente “seco” y a una población sedienta, a la cual ahora se le dice cómo  tiene que hacer para ahorrar el líquido vital. Que la fuerza de las aguas que riegan al Orinoco, no sea tampoco suficiente ni siquiera para garantizar el nivel de reservas del Guri, para mantener, preferiblemente, en producción creciente, a las empresas básicas de Guayana, igualmente amenazadas de perecer por la incapacidad gerencial de los funcionarios públicos correspondientes. ¿Qué decir de nuestra agricultura; de nuestra ganadería; de nuestra piscicultura? Somos dependientes; por eso importamos lo que tenemos que comer para vivir.
          Más que “sacar” a Maduro y sustituir a su errático gobierno, lo que tenemos que hacer es aprender a pensar y enseñar, asimismo, a nuestros coterráneos, a concebir la posibilidad de cambiar el modelo y esforzarnos todos para convertirnos en un país desarrollado. En poner a Venezuela a convivir en el “Primer Mundo” y dejar atrás la insolencia ideológica del “tercero”, percibido como “propio” por nuestras mentes subdesarrolladas, en el entendido de que nos sobran condiciones para aspirar a este cambio, sustancial e histórico, mucho más ejemplarizante, si se quiere, que todas las demás “gestas” que nos han hecho famosos en nuestro medio. Somos muchos los que hemos puesto a debate público, las ideas de las autonomías productivas de los estados y de la organización de una Democracia Parlamentaria, en reemplazo del agotado presidencialismo centralista. Así se gobierna en el Primer Mundo. La necesidad de llevar a la práctica estas ideas, debería ser la obligación primaria del pensamiento dirigente de nuestra sociedad, de los líderes políticos, de los aspirantes al control del Poder, distraídos en la inmediatez.
          Dejar que nos digan, sin respuesta indignada, que ahora vamos a tranzar oro y diamantes para pagar las importaciones que requerimos para vivir, que desde hace cien años pagábamos con petróleo, es convencernos de que todos somos unos irresponsables, víctimas de una cultura de segundos, o de terceros, en fila, la cual tenemos que erradicar de nuestra conducta. Pasemos a ser venezolanos de verdad. Rompamos el modelo. Reorganicemos nuestro orden político territorial y metámonos en la cabeza de que somos suficientemente capaces de producir, dentro de nuestras fronteras, para consumir, satisfacernos y exportar, compitiendo con los grandes del mundo, a quienes también podremos vencer. Decidámonos a hacerlo. No podemos seguir, con los brazos cruzados, sin mensaje y sin aliento, viendo el derrumbe de nuestro solar, como vecinos ausentes de un barrizal. Cambiemos el discurso. No nos sigamos engañando. Los que nos leen, saben a qué nos estamos refiriendo. Seguir estimulando “el pobre pensamiento de los pobres”, como fuerza definitiva para que contribuyan a nuestra “peligrosa” victoria, con votos, si no con balas, es una misión perversa que debemos abandonar. Hablemos claro. La democracia tiene que ser para crecer, para cambiar, para desarrollar y engrandecer a nuestra sociedad. Para dejar el subdesarrollo y entrar, de lleno, a un estadio superior en el Primer Mundo. En resumen, al conjugar las vías para superar la catástrofe nacional a la que nos ha llevado el mal gobierno que padecemos,  tengamos muy en cuenta que no podemos seguir probando con sistemas atrasados e ineficientes. Pensemos en un régimen mucho más democrático y avanzado, en función del presente inmediato y del próximo futuro, a cuyas puertas estamos. Un régimen más representativo de la voluntad popular y de  la soberanía nacional, mejor dispuesto para el desarrollo que merecemos. Pensemos en un orden fundamentado en la Autonomía Productiva de los Estados, dentro de un sistema de Democracia Parlamentaria. Pensemos y actuemos.


Saturday 20 February 2016

Excelente escrito del Dr. Fernando Londoño (Extraordinario Documento)

Diario El Tiempo - Bogotá

Lo que pasa en Venezuela tenía que llegar y llegó, así sea que todavía falte lo peor. Por desgracia.

El Castrochavismo será recordado como autor de un milagro económico a la inversa, de los que se registran tan pocos en el devenir de los pueblos. Convertir en país miserable al más rico de América no es hazaña de todos los días. Habiendo tanta pobreza en tantas partes, en pocas tiene que pelear la gente, a dentelladas, por una bolsa de leche, por una libra de harina o por un pedazo de carne.

Convertir en despojos una de las más organizadas, pujantes y serias empresas petroleras del mundo no es cualquier tontería. Llevar a la insolvencia una nación ante las líneas aéreas, los proveedores comerciales y los que suministran material quirúrgico y hospitalario no es cosa que se vea cualquier día. Y arruinar el campo y la industria, el comercio y los servicios, la generación eléctrica, la ingeniería, la banca y las comunicaciones es tarea muy dura, cuando se recuerda que la sufre el país que tiene las mayores reservas petroleras del mundo.

En esa frenética carrera hacia el desastre, el gobierno Castrochavista tuvo que proceder a la eliminación paulatina de todas las libertades, al sacrificio del pensamiento y la conciencia, a la ruina de las instituciones, del periodismo, de los partidos, de la universidad, de los gremios, de los sindicatos. Pues todo se ha cumplido tras el designio implacable de los ancianos inspiradores del sistema, Fidel y Raúl Castro, que una vez más han demostrado su audacia, su carencia total de consideración y respeto por los valores más caros de la especie humana, pero también su falta absoluta de talento. Llevar a Venezuela a la ruina total es matar su propia fuente de subsistencia. Y es lo que han hecho, moviendo los resortes del fanatismo más imbécil, de los odios más cerriles, de los desquites más torpes. Nicolás Maduro tiene poca inteligencia y un pobre tacto político que exhibe en cualquiera de sus discursos. Pero al fin de cuentas es un pobre rehén de los intereses inconfesables de la clase corrupta que ha llevado a Venezuela a su perdición. Si ese títere fuera libre, hasta de sus menguadas condiciones de estadista pudiera esperarse algún acto de rectificación, algún gesto de apaciguamiento, alguna voluntad de comprender el desastre y de corregirlo. Pero Maduro es el primer esclavo de las pasiones atroces que dominan en Venezuela. Los saqueadores de esa gran nación no están dispuestos a que nadie ensaye el menor examen de su conducta. En los antros del delito se pierde todo, empezando por el pudor.

El régimen de Venezuela se va a caer, porque se tiene que caer. No podría subsistir sino amordazando totalmente al pueblo, imponiendo cartillas de racionamiento, levantando un paredón, como el del Che Guevara en La Cabaña. Y no están dadas las condiciones para que el mundo soporte estas afrentas. Con una Cuba le basta a América.

El pueblo está en las calles, dispuesto a hacerse matar. Y lo están matando. La juventud estudiantil, que sabe cerrados los caminos del porvenir, le apuesta a cualquier cosa, menos al continuismo cobarde. Los empresarios lo perdieron todo hace rato. No tienen cuentas para hacer. Y los paniaguados del sistema ven con horror que el sistema ya no tiene mercados para comprar sus conciencias.